¿UNA CIUDAD PARA VIVIR?
Este es un tema amplio y complejo, y por eso quiero abordarlo poco a poco. Esta es la primera entrega de varias reflexiones sobre cómo vivimos —y cómo podríamos vivir mejor— en la ciudad de Guatemala.
Cada vez que visito otra ciudad del mundo, inevitablemente comparo con la nuestra. Por supuesto, cada lugar tiene su propio contexto social, cultural e histórico. Pero algo que siempre me llama la atención es cómo muchas ciudades han logrado ofrecer un balance real a sus habitantes. Entienden que una ciudad debe estar viva. Que debe invitar a ser habitada. Que su propósito no es simplemente contener edificios, sino ofrecer servicios eficientes, accesibles y generar comunidad. Porque al final, somos seres sociales: necesitamos conexión.
Siempre he dicho que vivimos en el país con el mejor clima del mundo. Y sin embargo, no lo disfrutamos. Amigos que vienen de fuera se sorprenden de lo afortunados que somos: podemos salir todo el año con ropa ligera, sin extremos de calor o frío, sin mayores preocupaciones climáticas. Y aún así, no hemos creado una ciudad que nos invite a estar afuera. Nos hemos encerrado.
Y es que hemos normalizado muchas cosas que deberíamos cuestionar. Crecimos dentro de un sistema que prioriza el aislamiento, la desconfianza y la movilidad individual. Nos movemos en autos, nos protegemos con muros, evitamos lo público. Y mientras sigamos perpetuando este modelo, será muy difícil imaginar una ciudad mejor.
Estoy convencido de que todos buscamos una mejor calidad de vida. Pero eso no se limita al apartamento donde vivimos o a la oficina donde trabajamos. La ciudad también debería ser parte de ese bienestar. Deberíamos tener acceso a espacios urbanos que complementen nuestra vida: calles caminables, parques funcionales, infraestructura humana. Hoy, en cambio, vivimos confinados. Y no solo físicamente, también mentalmente. Como si estar en contacto con el mundo exterior fuera un riesgo.
Por eso, quiero abrir este espacio para hablar sobre los distintos factores que afectan —y podrían transformar— nuestra forma de habitar la ciudad. Entre los temas que desarrollaré en próximas entregas están:
El diseño urbano enfocado exclusivamente en el vehículo, y cómo esto nos ha llevado a ser una sociedad completamente motorizada.
La delincuencia como barrera psicológica y real para usar el espacio público.
La ausencia de un sistema de transporte público eficiente, seguro y digno.
Aceras que no están hechas para caminar, sino para sostener postes, cables, rótulos y obstáculos.
Ciclovías simbólicas, mal pensadas, que no ofrecen soluciones reales.
La falta de planes de redensificación urbana que consideren diferentes niveles de ingreso.
La escasez de espacios públicos aptos para la recreación, el ocio o la contemplación —y la falta de servicios que los vuelvan funcionales.
Cuestionar cómo vivimos es el primer paso para imaginar un cambio. Porque sí, merecemos una ciudad que nos abrace, no que nos expulse. Una ciudad que podamos vivir, recorrer y disfrutar —no temer.
LA CIUDAD ES NUESTRA, ¡TOMÉMOSLA!
AM