Una ciudad más densa requiere una cultura urbana más madura

Con frecuencia escucho en la ciudad la queja de muchos vecinos sobre la pérdida de su “vista” cuando se construye un nuevo edificio junto al suyo. Hablan de un supuesto “derecho de vista”, como si el paisaje que se aprecia desde una ventana pudiera ser protegido por ley, o incluso considerado una extensión privada del apartamento.

Esta creencia me recuerda a otra bastante común: asumir que la calle frente a la casa es propiedad privada, delimitando "su espacio" de parqueo con conos o macetas. En realidad, el único derecho sobre la vía pública es tener acceso vehicular libre al interior de una propiedad. Nada más. Ni la calle ni la acera son extensiones del lote. Son espacios públicos, y como tales, le pertenecen a todos.

El problema de fondo, a mi juicio, es cultural. Venimos de una ciudad de casas, de patios y muros altos, donde aprendimos a vivir con una lógica más aislada que compartida. Ahora, el crecimiento urbano nos empuja hacia una ciudad más densa, donde la convivencia se vuelve un reto colectivo. Pero seguimos abordándola con criterios individuales. Nos cuesta entender que vivir bien en un edificio requiere aprender a vivir en comunidad, y que vivir bien en una ciudad más densa requiere aceptar que la ciudad se transforma constantemente.

Es curioso ver cómo quienes hoy se quejan de una nueva torre a la par de su edificio, olvidan que el edificio donde hoy viven causó las mismas o peores molestias. El ciclo se repite: quejas por las vistas, por el polvo, por la sombra que proyecta el edificio vecino, por el ruido de la obra. Pero la ciudad no puede —ni debe— detenerse.

En ciudades más densas y maduras, como Nueva York, si se quiere garantizar una vista privilegiada, se compra ese derecho: construyendo frente a un parque público, o asegurando con adquisiciones que se puede edificar más alto que los vecinos. Aquí, eso no existe. Y tampoco existe el derecho de vista. Pretender que un vecino no pueda desarrollar su terreno de manera legal porque afecta mi paisaje es simplemente desconocer cómo funciona el desarrollo urbano.

Lo que sí existe —y necesitamos fomentar— es una ciudadanía más informada y un desarrollo más responsable. Por un lado, es fundamental educarnos para elegir mejor dónde y cómo queremos vivir. La orientación de un apartamento, el entorno inmediato, las zonas de crecimiento… todo se puede prever si sabemos dónde mirar. Por otro lado, es urgente que los desarrolladores inmobiliarios dejen de vender promesas implícitas —aunque nunca por escrito— de que “nadie construirá enfrente”. Esa promesa es insostenible y deshonesta.

Vivir bien en una ciudad densa no es una contradicción. Pero requiere una nueva forma de pensar y habitar: menos centrada en lo mío, y más consciente de lo colectivo.

Porque el verdadero derecho que deberíamos defender es el de construir una ciudad más habitable para todos.

AM